Cuando visitas una ciudad que conoces sueles tener tus lugares fetiche. Ni miras ni preguntas, vas a tiro hecho. A esos que ya conoces y nunca fallan. Hasta que lo hacen. Las ciudades como Barcelona están vivas y cambian constantemente. Casi siempre para bien, a veces para mal. Y después de este último viaje he llegado a una conclusión: aunque conozca, aunque haya probado, aunque esté convencido, siempre hay que echar un vistazo a Internet y a lo que en las últimas fechas dice la gente para no llevarse sorpresas desagradables.
Cada vez que visito Barcelona y veo a los guiris sentados en las Ramblas tomándose una paella amarilla fosforito con tropezones irreconocibles siento pena de ellos. Pero enseguida me pregunto: ¿no tienes Internet, no se te ha ocurrido mirar nada de la ciudad, te recomendaban que fueras ahí a comer, ves a alguien con pinta de catalán en las mesas?
Y me voy pensando que con la cantidad de lugares buenos y bien de precio que tiene la ciudad es una lástima que estén tirando su dinero y su paladar por la borda. Acto seguido me meto en uno de mis clásicos y me olvido de todo. Aunque no siempre lo consigo.
Me pasó la semana pasada. Y me pasó en tres sitios de los que no voy a dar los nombres porque tampoco es mi estilo. Lugares en los que habíamos estado antes, en los que habíamos comido bien y que solían estar dentro de nuestra ruta tradicional.
En uno de ellos olí que el pulpo estaba malo antes de que lo dejaran en la mesa. El camarero debía estar resfriado y el cocinero colocado. Advertí a mis amigos, me acerqué el plato a la nariz y me dio una nausea. Tal cual. Hace un tiempo ese plato no hubiera salido de cocina con toda seguridad. Pero han debido ver que tienen más extranjeros que se conforman con “cualquier cosa”, les han empezado a dar “cualquier cosa” y cuando se quieren dar cuenta “cualquier cosa” es el día a día de su trabajo.
Los otros dos ejemplos no fueron tan exagerados (si nos llegamos a comer el pulpo acabamos en el hospital intoxicados), pero en ambos casos se me quedó una cara de tonto que sentí más lástima de mi mismo que de los guiris de las Ramblas.
A partir de ahora en las ciudades que conozco me comportaré como un desconocido. Acudiré a las herramientas que me da Internet con información detallada y clasificada de cada bar, restaurante o chiringuito. Como hago en los lugares que desconozco.
Que quiero una paella en Barcelona, no voy a las Ramblas, voy a las que recomiendan los expertos, que quiero un restaurante vegetariano que no es fácil de acertar, lo mismo, que me dijeron algo de una hamburguesería, un indio o nuevo bar de tapas, busco en la redes sociales.
Con lo rápido que cambian los negocios gastronómicos en este país o estás informado o te la pueden clavar.
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